Fortaleza Mental por el Lic. Carlos Giesenow

Observaciones psicológicas sobre Tiger Woods, Hank Haney y The Big Miss

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Más allá de la revelación de algunas intimidades que pueden causar incomodidad en el lector (al menos yo experimenté eso pormomentos)y de lo que realmente haya motivado la publicación de este libro (fuese por enojo, algún tipo de despecho, por dinero, por llamar la atención, en un intento de reivindicación por sentirse criticado en su tarea, con la intención de dejar útiles lecciones, o lo que fuese), The Big Miss: My Years Coaching Tiger Woods, escrito por Hank Haney acerca de su relación de seis años como entrenador de uno de los más grandes golfistas de la historia, es un texto atractivo para analizar múltiples asuntos.

Provee interesantes observaciones y confidencias en un detrás de escena al que pocas veces se accede.

Este es un hombre que trabajó con Tiger durante seis años en los cuales lo vio cerca de 110 días cada año e intercambió llamadas o mensajes de texto otros 100 días anualmente. Se puede decir que, aún desde su perspectiva (subjetiva y con distorsiones como todas), realmente conoce la historia desde adentro.

La búsqueda de grandeza y su potencial costo

Durante el libro, Haney comenta varios aspectos de la impactante disciplina y la búsqueda de superación que empujan constantemente a Tiger. Resalta que Tiger tenía un objetivo estricto de mejora constante. No pretendía ser solamente el mejor golfista del mundo, sino ser el mejor golfista que podía llegar a ser. Este, para él, era una meta mucho más alta.
Tratar de llegar a ser lo mejor que uno pueda, sin importar lo que hagan los demás, es en general, un enfoque saludable desde el punto de vista mental, ya que uno no puede controlar el nivel del resto, solo puede controlar lo que uno piensa y hace. Por ejemplo, cuánto entrena y juega, y con qué actitud y empeño lo hace. El nivel de obsesión que uno tenga hacia ello, ya sí que puede llegar a no ser recomendable.

El sentido de misión y las altas expectativas de Tiger se hacen evidentes, por ejemplo, en un episodio en que, tras lograr su primera victoria en un torneo medal play del PGA después de 16 meses de sequía, Erin (todavía su esposa en aquel momento) le dice que, acostumbrada a cómo se manejaban cuando era niñera para la familia de Jesper Parnevik, deberían celebrar.

Él, de manera gentil pero firme, le responde que ellos no hacen eso, que “se supone que tenemos que ganar”. Haney señala que la filosofía detrás de esto es que Tiger nunca se permitía sentirse satisfecho, ya que, en su mente, la sensación de satisfacción es un enemigo del éxito. Era su manera de mantenerse hambriento. También esto se evidenciaba tras las victorias en las cuales Tiger, después de desatar algún festejo efusivo al embocar el último golpe, ya en el vestuario, cuando se encontraba con Haney, parecía indiferente o poco entusiasmado.

Claramente esta filosofía tiene dos caras. Por un lado, se entiende el supuesto riesgo de cómo lo puede afectar motivacionalmente y llevarlo a conformarse, pero, por el lado de la autoconfianza y las emociones, es muy duro sentir la insatisfacción de que siempre te falta algo. Al darse poco reconocimiento por los logros, pareciera difícil vivir con esa sensación continua de búsqueda y frustración (de que nunca es suficiente), donde cualquier logro es visto simplemente como un paso para algo más y nunca se valora por sí mismo.

Haney sostiene que ese tremendo y hasta insano empuje, esa voluntad para pagar cualquier precio hasta que la meta fuera alcanzada, era vital para la grandeza de Tiger. Sin embargo, también alerta que parecía que cuanto más tiempo era el mejor, más aislado y solitario se tornaba. Incluso, cerca del final del libro, Haney siembra la duda de si ese intenso sentido de misión no había ayudado a arruinar su vida.

Lógicamente, estas son especulaciones, pero vale la pena reflexionar sobre ello, sobre si siempre se paga un precio por tanta exigencia o por buscar ser el mejor. ¿Se puede lograr un equilibrio entre la “vida” y el alto rendimiento (en el ámbito que fuera)? Asimismo, se debería tener en cuenta que Tiger Woods (por sus logros y por el impacto que ha causado) está lejos de ser un deportista cualquiera y puede estar expuesto a presiones que pocos deportistas han experimentado.

Aunque en el texto no se extiende demasiado al respecto, también hace mención a la relación de Tiger con su padre. Señala que Tiger compartía la visión grandiosa de Earl sobre la predicción de la importancia que tendría él en el deporte y para la sociedad en general. Afirma que aunque su padre lo presionaba, también proveía una base sólida y era su fuente de confianza. Esto se ve en otros deportistas exitosos, donde la familia provee una base segura, de confianza, un refugio al cual acudir, pero donde también alguna figura desempeña un rol de desafiar al joven deportista, ejerciendo una presión que pueda afrontar y a partir de la cual pueda crecer. En inglés algunos hablan de “positive pushing” (algo así como “empujar positivamente”), pero hay una delgada línea entre esto y presionar hasta hacer desaparecer el disfrute y la pasión por el juego.

Habilidades psicológicas de Tiger

 

En el libro se resalta que una de sus habilidades mentales de Tiger era poder “apagar” las emociones. Por eso, por ejemplo, podía recuperarse después de un berrinche o de demostrar un intenso enojo tras un mal golpe y recobrar la compostura antes del siguiente. Esto también lo lleva a ser, a los ojos del coach, el mejor de la historia a la hora de cerrar una victoria.

Está claro que el control emocional es uno de los componentes fundamentales que se suelen resaltar de la fortaleza mental, esto solo es una prueba más en esa dirección.
No obstante, además devela que Tiger le contó que a veces se enojaba a propósito para librarse de su frustración, y que esto le servía para motivarse y mejorar su foco. Esta idea está bastante extendida entre muchos jugadores (sobre todo la idea de “descargarse” ante un error), pero en realidad es poco aconsejable, y diría que son pocos quienes realmente pueden manejar esto a su antojo.

Generalmente, esas supuestas “descargas” lejos de ventilar un poco de enojo y ayudar a re focalizar, hacen que uno monte más en cólera y esté más expuesto a descontrolarse. Como suele ser habitual, mayormente resulta preferible prevenir que curar, es decir, aceptar los malos golpes como algo que le pasa a cualquiera, para así reducir la alteración emocional y poder focalizarse en el próximo tiro con mayor facilidad. Al respecto, Haney señala que el golf es, sobre todo, un juego de manejo de los errores, ya que hay muy pocos tiros perfectos, aún por los expertos.

Otra de las cualidades que Haney destaca con admiración es lo extremadamente disciplinado y dedicado a los entrenamientos, por ejemplo, señala que en los primeros años juntos nunca lo vio ejecutar un tiro descuidado en práctica, y que no tenía problemas con intentar y dedicarle mucho tiempo y pensamiento a experimentar con cambios que al principio se sentían incómodos si creía que podían dar resultados. Todo esto posiblemente debido a esa inextinguible búsqueda de grandeza que explicaría porque alguien con un juego tan exitoso y consolidado se expone a ensayar con cambios sustanciales en el mismo.

También resalta que hacía cosas en los entrenamientos que creía que lo distinguían y separaban de sus competidores. Como una rutina de práctica que llaman los Nueve Golpes (Nine Shots), razonando algo así como “soy mejor, por eso lo que hago debe ser diferente y mejor”. Esta forma de entrenar le daba mucha confianza para creer que podía ejecutar el tiro necesario bajo presión y tener una completa caja de herramientas en cuanto a variantes.

El mito de la confianza inquebrantable

Aún con toda la grandeza que el autor resalta con admiración repetidas veces, también hace mención a algunos aspectos en los cuales Tiger no era precisamente un emblema de fortaleza mental. Una de las revelaciones del libro que puede resultar más llamativa es que Tiger jugaba el driver con mucho miedo.

También dice Haney que nunca hablaron de este tema de manera directa (así que podría ser simplemente una impresión del coach, aunque Butch Harmon también lo ha mencionado), pero señala que cuanto más lo estudiaba, más lo confirmaba. Afirma que esto lo sorprendió, pero que nunca se lo mencionó porque no quería decir algo que socavara la confianza de Tiger.

¿Puede trabajar un entrenador con libertad bajo estas condiciones, si hay temas sobre los que no se puede hablar?

Desde la psicología, muchas veces se plantea más bien lo inverso. No de manera continua, pero periódicamente conviene tocar estos temas “escabrosos” para evaluar cómo se siente el deportista al respecto y dónde está parado. También existen otras maneras de “inocular” el miedo para poder ir superándolo. Hacer de cuenta que no existe no va a hacer que el problema mejore y, mucho menos, que desaparezca. Por el contrario, se suele transformar en un fantasma que se agiganta cada vez más. La única manera de trabajarlo es encarando el asunto. De modo más directo o indirecto, pero haciendo algo al respecto.

Una lección que se puede sacar de aquí es que todos tienen lapsus de confianza, hasta aquél que parece el más seguro, puede ser por una racha o con algún palo o golpe en particular, pero nadie está exento de eso y, tarde o temprano, todos dudan. Esto puede ayudar a bajar nuestras expectativas respecto a nosotros mismos y a aceptarnos más con nuestras supuestas debilidades.

Relación entrenador-jugador

 

Otra cosa que sorprende es la distancia que resalta repetidas veces que Tiger ponía en la relación entre ellos. Sobre todo, considerando lo atípico y cercano del vínculo que se da habitualmente entre entrenador y jugador en estos niveles, donde pasan juntos un sinnúmero de horas, incluso muchas de ellas sin otra compañía.

No obstante, también aclara que era una distancia similar a la que ponía con otros integrantes de su equipo, como con el caddie Steve Williams. Sin embargo, aun teniendo en cuenta la peculiar situación de que el jugador es el “jefe” que contrata y que el coach puede ser visto como un “empleado”, la duda que se puede plantear al respecto es si no debería el entrenador tener más influencia sobre los términos de la relación coach-jugador, sin importar cuán grande este sea, para poder desarrollar su trabajo de la mejor manera.

Aun con el enorme empuje por mejorar y la tremenda disciplina para entrenar que ya se destacó (al menos en los primeros años de la relación), una de las cosas que parecen haberle resultado más frustrante y difíciles a Haney fue lo terco que era Tiger respecto a los cambios que el coach le proponía, a diferencia de las ideas que a él se le ocurrían por su cuenta.

Esto lo forzaba a pensar mucho para ocurrírsele maneras de convencerlo de probar cosas, muchas veces haciendo parecer que habían sido ideas originales del jugador. Dice que esto va en contra de la falsa idea que está difundida de que Tiger era una esponja que podía asimilar y utilizar nueva información sin esfuerzo.

En realidad, señala que era más bien un “experimentador crónico” que sin guía podía perder el rumbo y que tomaba muy pocas de las ideas que él le aportaba, prefiriendo ensayar con las propias.

Acá puede hacerse una observación, por un lado, resulta llamativo que un jugador con tanto éxito haya prácticamente reinventado su swing tantas veces, “entregándoselo” a entrenadores diferentes (Harmon, Haney, Foley). Pero, por el otro, Haney resalta lo poco “coacheable” que le resultó. Coacheable se refiere generalmente a la apertura que tiene el deportista para aceptar la orientación de su entrenador.

Es muy difícil progresar si uno no confía y no se deja influenciar por quien está allí para guiarlo. Nuevamente, quizá aquí la excepcionalidad de Tiger hace que esto no haya sido del todo perjudicial, pero está lejos de ser lo recomendable.

Propósito

Hacia el final del libro hay una confesión conmovedora.

Después de hacer su disculpa pública por televisión (después de que se revelara en los medios su situación marital y el estilo de vida que estaba llevando), Tiger lo llama. Haney lo nota animado y dispuesto a hablar y, en un momento, el californiano le señala “Hay una cosa que aprendí seguro (se refiere a toda la experiencia vivida en relación a su separación y al tratamiento que realizó después).

Cuando vuelva a jugar de nuevo al golf, voy a jugar para mí mismo. No voy a jugar para mi papá, ni mi mamá, ni Mark Steinberg, o Steve Williams, o Nike, o mi fundación, o vos, o los fans. Solo para mí mismo”.

Comenta Haney que nunca había escuchado algo tan íntimo y revelador de parte de Tiger, quien nunca había cuestionado ni planteado dudas sobre la manera en que había sido criado. Esto nos invita a reflexionar sobre para qué, o para quién, hacemos las cosas que hacemos, en general, en la vida.
No solo porqué, sino para qué, ¿cuál es el propósito de lo que hacemos?
¿Esto nos hace sentir plenamente libres y felices?

Misceláneas que valen la pena
Hay varios otros segmentos del libro, que merecen subrayarse, en que se comentan algunas ideas generales y principios directrices que tienen que ver con aspectos psicológicos y también tocan aspectos técnicos o estratégicos del juego:

*Haney resalta que las cosas que hacen la diferencia de si un jugador joven progresa son intangibles: su fortaleza mental, ética de trabajo, auto-confianza, deseo, una idea de cómo hacer score, y por sobre todo, verdadera pasión por el juego.

*A partir de su experiencia personal con los yips, propone como única solución alterar radicalmente la técnica, así se crean nuevas vías desde el cerebro. Esto, debido a que en ese desorden motor-sensorio que son los yips, las órdenes motoras enviadas desde el cerebro (a través de vías ya establecidas) son distorsionadas o bloqueadas.

* La noción, ya mencionada, de que el golf es un juego de manejo de los errores está tomada de ideas de John Jacobs (quien Haney señala como uno de los instructores que más influyeron sobre él), que apuntan a que el golf competitivo, no se trata tanto de a dónde van las buenas. Si no que es sobre a dónde van las malas. Por ende, tenés que construir un swing que elimine el gran fallo.

Nuestra relación con los ídolos

Dejo una reflexión, quizás ociosa, para el final que noté a mientras escribía el artículo: ¿Por qué se siente natural referirse a Tiger por su nombre, pero cuando menciono a Haney lo hago por el apellido? ¿Habla esto de la “relación” que uno como espectador desarrolla con los deportistas o es algo particular de este caso (quizá algo tan simple como que el nombre de Woods no es un nombre convencional –cómo podría ser Phil, por ejemplo– y que parece más bien un apodo, o por las extendidas referencias como “Tiger” en los medios –comerciales y transmisiones televisas–)?

Hasta uno se puede cuestionar, ¿por qué genera interés un libro así? ¿Es solo por ver si uno puede aprender algún “secreto” que mejore su juego o por meterse en un mundo cerrado y que uno idealiza?

Una última aclaración, no conviene perder de vista que este artículo presenta un análisis a partir de un relato que puede ser cierto o no, pero que la intención es que las conclusiones sirvan al lector-golfista para extraer lecciones que le sirvan a su juego. Finalmente, espero con estas observaciones estimular a quienes ya tenían interés en el libro a leerlo, hay muchas otras cosas de interés que las resaltadas aquí.